viernes, 24 de agosto de 2012

La falsa fiesta del deporte

Recientemente hemos podido ver la gran exhibición del deporte mundial en ese evento tan multitudinario llamado “Juegos Olímpicos”. Todos nos hemos quedado fascinados ante tanto atleta entregado, ante una puesta en escena que no tiene nada que envidiar a las películas de ciencia ficción, un entusiasmo por ensalzar los valores del juramente olímpico que claman a la verdadera deportividad, la gloria del deporte y el honor de los equipos.
Falsedad absoluta cuando nos visita don dinero.
La verdadera competitividad consiste en querer superarse y no en el simple hecho de salir en televisión, ser visto por millones de personas y vender ropa deportiva. Esos deportistas que por poder permitírselo van a pasar sus vacaciones a la villa olímpica y ligar con los de su especie. ¿Por qué si no el comité olímpico ha permitido que una marca comercial de profilácticos regale ciento cincuenta mil preservativos a los dieciséis mil atletas participantes? Esto no ha sido la fiesta del deporte, ha sido la gran fiesta del sexo.
Hemos visto por televisión a deportistas que consideraban bueno quedar entre los veinte primeros de su modalidad cuando había cuarenta participantes, esa especie de deportistas no se merece ir a unas olimpiadas, se merece verlas por televisión con una jarra de cerveza en la mesa y los pies en alto.
Hemos podido ver a otros deportistas a los que le han ofrecido participar en programas televisivos y han rechazado la oferta porque tenían necesidad de descansar y prepararse para la siguiente ronda de su especialidad, y esos si, esos son los atletas que se merecen estar en lo más alto, sacrificando su fama mediática por el verdadero sacrificio que es el deporte al más alto nivel.
Prodigios del deporte han conseguido marcas que asombrosas con las que a todos se nos ha puesto “la piel de gallina” y otros han dado todo lo que tenían para intentar alcanzarles pero la gran mayoría ha ido a pasar unas vacaciones, no les ha importado la posición en la que han quedado porque no tenían nada que perder, y además, los preservativos eran gratuitos.

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